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Francesc Macià, presidente de la Generalitat catalana, escribió el 21 de octubre de 1933 una extendida carta a Manuel Azaña, entonces presidente del Gobierno, donde le afirmaba estar seguro de que era “el hombre que ha conocido encarnar en sí el auténtico espíritu de la primera etapa republicana”, esa etapa que iba a clausurase con las selecciones festejadas por mes siguiente, en las que triunfaron las derechas confederadas frente a la desunión de las izquierdas.
La opinión de Macià era compartida por todos y cada uno de los españoles, y le sirve a Arturo del Villar como punto de inicio para argumentar la identificación entre Manuel Azaña y la República De españa en este libro editado en 2005 por el Colectivo Republicano Tercer Milenio. Las derechas y las izquierdas, cada capacitación con distinto matiz, como resulta lógico, consideraban al primer jefe del Gobierno constitucional y ministro de la Guerra como la encarnación del espíritu republicano.
De ahí que a sus mítines asistía hasta quinientos mil de madrileños, como los que atestaron el entonces descampado popular como Campo de Comillas, en el momento en que Azaña era la figura mucho más señalada de la oposición, el 20 de octubre de 1935. Por lo mismo, los contrincantes de la República vertieron sobre él todo tipo de injurias, pues sabían que desprestigiarle a él era tanto como socavar a la República. Los militares rebelados en 1936 dirigieron contra su persona el rencor contra el sistema republicano, y desearon raptarlo en su exilio francés a fin de que fuera juzgado como encarnación del régimen político al que destrozaron. En el libro se reproducen múltiples testimonios confirmatorios, de uno y otro signo.
Examina Arturo del Villar las motivaciones históricas para lograr que esa creencia se afianzase entre los españoles. Estudia la personalidad de Azaña como escritor, su primera vocación, dejada por demandas de la distribución plena al arte de gobernar el Estado. En su períodico anotó Azaña frecuentemente el deseo irrealizable de dejar la labor política y volcarse completamente en el ejercicio literario, que le había tolerado conseguir el premio Nacional de Literatura en 1926. No era viable, como bien sabía, pues se transformó en un personaje indispensable para la República desde su proclamación en 1931.
Reseña el creador las oportunidades en las que pretendió renunciar de su cargo como presidente de la República, sin hallar llevarlo a cabo, pues tanto Ossorio y Gallardo como Martínez Vecindario o Indalecio Prieto le hicieron ver, cada uno de ellos en una ocasión (Prieto en 2 distintas) que sin él era inviable la República, ya que se había transformado en su encarnación.
Y no obstante, Arturo del Villar recopila múltiples citas de Azaña, en las que se definía como el hombre menos ministro de todo el mundo, y prohibía a los componentes del partido encabezado por él que se declarasen azañistas, aduciendo que el único azañistas era él. Esta alegación le deja al creador estudiar lo que significa el azañismo, para finalizar que no es únicamente una manera de gobernar, sino más bien una forma de ser, un estilo de vivir, tal es así que hubo y proseguirá habiendo azañistas prestos a imitar el ejemplo marcado por quien llegó a identificarse tanto con el ideario que su nombre es homónimo de la República. Entre ellos indudablemente está Arturo del Villar, que de ahí que escribió un libro precisamente en pos del personaje estudiado, sin que esta convicción rebaje el interés de su testimonio, apoyado en las críticas de Azaña y en las de sus contemporáneos.
La opinión de Macià era compartida por todos y cada uno de los españoles, y le sirve a Arturo del Villar como punto de inicio para argumentar la identificación entre Manuel Azaña y la República De españa en este libro editado en 2005 por el Colectivo Republicano Tercer Milenio. Las derechas y las izquierdas, cada capacitación con distinto matiz, como resulta lógico, consideraban al primer jefe del Gobierno constitucional y ministro de la Guerra como la encarnación del espíritu republicano.
De ahí que a sus mítines asistía hasta quinientos mil de madrileños, como los que atestaron el entonces descampado popular como Campo de Comillas, en el momento en que Azaña era la figura mucho más señalada de la oposición, el 20 de octubre de 1935. Por lo mismo, los contrincantes de la República vertieron sobre él todo tipo de injurias, pues sabían que desprestigiarle a él era tanto como socavar a la República. Los militares rebelados en 1936 dirigieron contra su persona el rencor contra el sistema republicano, y desearon raptarlo en su exilio francés a fin de que fuera juzgado como encarnación del régimen político al que destrozaron. En el libro se reproducen múltiples testimonios confirmatorios, de uno y otro signo.
Examina Arturo del Villar las motivaciones históricas para lograr que esa creencia se afianzase entre los españoles. Estudia la personalidad de Azaña como escritor, su primera vocación, dejada por demandas de la distribución plena al arte de gobernar el Estado. En su períodico anotó Azaña frecuentemente el deseo irrealizable de dejar la labor política y volcarse completamente en el ejercicio literario, que le había tolerado conseguir el premio Nacional de Literatura en 1926. No era viable, como bien sabía, pues se transformó en un personaje indispensable para la República desde su proclamación en 1931.
Reseña el creador las oportunidades en las que pretendió renunciar de su cargo como presidente de la República, sin hallar llevarlo a cabo, pues tanto Ossorio y Gallardo como Martínez Vecindario o Indalecio Prieto le hicieron ver, cada uno de ellos en una ocasión (Prieto en 2 distintas) que sin él era inviable la República, ya que se había transformado en su encarnación.
Y no obstante, Arturo del Villar recopila múltiples citas de Azaña, en las que se definía como el hombre menos ministro de todo el mundo, y prohibía a los componentes del partido encabezado por él que se declarasen azañistas, aduciendo que el único azañistas era él. Esta alegación le deja al creador estudiar lo que significa el azañismo, para finalizar que no es únicamente una manera de gobernar, sino más bien una forma de ser, un estilo de vivir, tal es así que hubo y proseguirá habiendo azañistas prestos a imitar el ejemplo marcado por quien llegó a identificarse tanto con el ideario que su nombre es homónimo de la República. Entre ellos indudablemente está Arturo del Villar, que de ahí que escribió un libro precisamente en pos del personaje estudiado, sin que esta convicción rebaje el interés de su testimonio, apoyado en las críticas de Azaña y en las de sus contemporáneos.
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