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La realidad se semeja al diamante en que tiene varias facetas y prácticamente infinitas aristas. Igual que la piedra hermosa reluce en todas y cada una direcciones, la realidad proyecta sus destellos aclaradores hacia varios puntos.
Seamos francos. La publicidad, la patraña, el bulo, la novedad falsa, va con nosotros prácticamente desde el instante en que el planeta es planeta. Son cualquier cosa menos novedosa. Señalan nuestra historia unas ocasiones a consecuencia de la observación imprecisa de un hecho o de la difusión de un testimonio imperfecto en relación al mismo, y otras son pura falsedad. Reconozcamos que nunca conoció el hombre un régimen de «verdad» objetiva.
Investigadores hay que aun afirman que lo habitual fueron, durante la historia, exactamente las falsificaciones y que la exigencia general de información fidedigna es cosa mucho más bien reciente pese a honrosísimos casos puntuales, como el de Plutarco, por servirnos de un ejemplo, que hace prácticamente 2 mil años era tan increíblemente crítico con la Historia Universal de Herodoto, considerado paradójicamente entre los progenitores de la historia, para garantizar que sentía la necesidad de proteger a los antepasados y a su verdad contra los escritos que causó.
José Manuel Bielsa-Gibaja nos muestra de manera viva y afilada la evolución de la patraña noticiosa, de la falsedad intencionada que respira y late, como un tótem lovecraftiano, desde la falsa victoria de Ramsés II en Kadesh, y evoluciona y muta hasta transformarse en los tan comunes bulos del memeriano twitércrata Donald Trump.
Seamos francos. La publicidad, la patraña, el bulo, la novedad falsa, va con nosotros prácticamente desde el instante en que el planeta es planeta. Son cualquier cosa menos novedosa. Señalan nuestra historia unas ocasiones a consecuencia de la observación imprecisa de un hecho o de la difusión de un testimonio imperfecto en relación al mismo, y otras son pura falsedad. Reconozcamos que nunca conoció el hombre un régimen de «verdad» objetiva.
Investigadores hay que aun afirman que lo habitual fueron, durante la historia, exactamente las falsificaciones y que la exigencia general de información fidedigna es cosa mucho más bien reciente pese a honrosísimos casos puntuales, como el de Plutarco, por servirnos de un ejemplo, que hace prácticamente 2 mil años era tan increíblemente crítico con la Historia Universal de Herodoto, considerado paradójicamente entre los progenitores de la historia, para garantizar que sentía la necesidad de proteger a los antepasados y a su verdad contra los escritos que causó.
José Manuel Bielsa-Gibaja nos muestra de manera viva y afilada la evolución de la patraña noticiosa, de la falsedad intencionada que respira y late, como un tótem lovecraftiano, desde la falsa victoria de Ramsés II en Kadesh, y evoluciona y muta hasta transformarse en los tan comunes bulos del memeriano twitércrata Donald Trump.
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