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Pocos cuentos resumen con tanta perfección el planeta aventurero y salvaje de Jack London como Prender una hoguera. Escrito inicialmente en 1902 para una gaceta apuntada al público juvenil, su creador lo pulió y alteró hasta sugerir su versión determinante en 1910. Esta historia de un hombre y un perro que avanzan al atardecer por un bosque nevado, a sesenta grados en negativo, almacena varios paralelismos con Colmillo Blanco y La llamada de la selva, ámbas novelas mucho más populares de London, en las que asimismo hay panoramas invernales, lealtad del perro hacia el hombre, soledad y muerte. Pero aquí, además de esto, tiene dentro un matiz inquietante que a veces se aproxima al terror. Traducido magníficamente por Catalina Martínez Muñoz, para prestar toda la tensión y el ritmo del original, Raúl Arias transmite con sus ilustraciones la angustia y la soledad de los personajes principales, la ominosa presencia de lo salvaje, el egoísmo humano frente al riesgo de muerte y la amabilidad de un perro que se destaca entre la blancura de este libro invernal, que gusta leer al calor de la lumbre a lo largo de los días mucho más fríos del año y al cobijo del sol para refrescar los calores veraniegos.
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