En busca del tiempo perdido

Al rememorar su niñez, Proust sostiene una relación tenue con su pasado, al unísono que lo idealiza y ansía recordarlo mejor. Siempre y en todo momento luchó por quedarse dormido durante la noche en el momento en que era niño, con frecuencia confiando en el tierno cariño de su madre para aliviarlo al reposar. Si bien la familia procuró aun ofrecerle a Proust una lámpara mágica, nada podría asistirlo a reposar mejor.

Pasó varios veranos en Combray con sus abuelos y su tía abuela Leonie, que asimismo visitaba a su familia de forma frecuente. Un verano, el amigo de la niñez de Proust, Bergotte, le presentó al creador Bloch, quien despertó el sueño de Proust de transformarse en creador.

En Combray, Proust se interesó en la escena socialite. Un vecino, Hables Swann, acostumbraba a venir, en tanto que había sido amigo del abuelo de Proust. Le contó muchas historias atrayentes, pero en último término se encontraba compensando su sensación de ser un extraño entre la élite popular.

Tras saber a la mujer y la hija de Swann, se conquista de su hija, Gilberte. La ve ocasionalmente. Hasta entonces, Proust lúcida su sexualidad tras presenciar a la hija adulta de otra vecina, Mademoiselle Vinteuil, establecer una escandalosa aventura con su apasionado lesbiana tras la desaparición de su padre.

Después, Proust se entera de que Swann se había casado con su mujer, Odette, por su estatus popular, antes de darse cuenta de su reputación como mujer suelta y siempre y en todo momento había lamentado su negativa a mantenerse leal a él solo. Al equiparar a estas 2 familias vecinas, Proust concluye que la gente en todas y cada una partes tienen el potencial de ser ególatras y es imposible confiar bien en ellas, en especial los escaladores sociales.