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El Padre Pío de Pietrelcina nació en 1887 y murió en 1968 en el convento capuchino de San Giovanni Rotondo. Allí dedicó medio siglo, prácticamente de forma exclusiva, a confesar a millones de personas que asistían a verle, atraídas por su popularidad de santidad y por los varios milagros y hechos expepcionales que rodearon su historia. Más que nada, los estigmas, que recibió siendo muy joven y le hicieron vivir en su carne la Pasión de Cristo.
Juan Pablo II lo elevó a los altares en 2002, frente a la mayor asistencia nunca registrada en una canonización. Y desde ese momento su nombre, que era venerado de forma masiva en Italia, se ha extendido por toda la tierra.
José María Zavala, con motivo del 50º aniversario de su muerte, redacta su libro mucho más personal sobre un personaje que va a dar aún bastante que charlar.
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