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Tras su matrimonio, Raimundo de Borgoña y Urraca de León reciben como dote el condado de Galicia que entendía las tierras al norte del Miño y los condados Portucalense y Colimbrensis, a las que en 1092 se integran las plazas de Santarém, Lisboa y Sintra. Raimundo va a entrar en posesión de tierras comprendidas entre Finisterre y el río Tajo, tiene bajo su autoridad a los magnates gallegos y portugueses, acepta atribuciones regias y en 1094 hace aparición en los documentos como comes et totius Gallecie dominus.
En el año 1094 nace Sancho, hijo de Alfonso VI y la Princesa Zaida, poniendo bajo riesgo la sucesión de Raimundo al reino de León. Al carecer del acompañamiento internos, el conde de pide consejo y contribuye a Hugo, abad de Cluny, quien, en este año de 1094, manda a Galicia a Enrique de Borgoña, que va a deber hallarse en Santiago de Compostela con Dalmacio de Geret, cluniacense y legado del abad, a fin de que este dé a los dos familiares asistencia y consejo. El resultado de este acercamiento fue un pacto o acuerdo para proteger los intereses de los borgoñones y de los cluniacenses, acuerdo al que los historiadores han venido llamando Pacto Sucesorio.
El Pacto Sucesorio no es un convenio sobre una herencia en vida del causante y con su conformidad. O sea lo que une a todos y cada uno de los historiadores. Hablamos de un archivo que recopila un pacto de vasallaje entre Raimundo de Borgoña, como señor y futuro emperador, y Enrique, como vasallo, para repartirse a la desaparición de Alfonso VI sus reinos y señoríos, apoyados por Hugo de Cluny, familiar de los maquinadores.
Por medio de sus informadores y consejeros, el rey va a tener conocimiento de esta trama y trata de desmontarla. Acuerda el matrimonio de Enrique con la infanta Teresa, hija del rey y Jimena Múñiz, a la que dota con los condados de Portugal y Coímbra. El carácter hereditario de esta donación significa una concesión de funcionalidades que son recortadas de las de Raimundo, que ve de esta manera con limite su poder. Además de esto, en el Concilio de 1100, recuerda la reposición de la sede arzobispal en Braga y prestan juramento de obediencia a su metropolitano los obispos de Ourense y Tuy. Esta reorganización de la Iglesia la ha podido llevar a cabo Alfonso VI con el beneplácito de Roma. Además de esto, el rey resguardaba a sus hijas mientras que castigaba fuertemente a sus yernos.
En el año 1094 nace Sancho, hijo de Alfonso VI y la Princesa Zaida, poniendo bajo riesgo la sucesión de Raimundo al reino de León. Al carecer del acompañamiento internos, el conde de pide consejo y contribuye a Hugo, abad de Cluny, quien, en este año de 1094, manda a Galicia a Enrique de Borgoña, que va a deber hallarse en Santiago de Compostela con Dalmacio de Geret, cluniacense y legado del abad, a fin de que este dé a los dos familiares asistencia y consejo. El resultado de este acercamiento fue un pacto o acuerdo para proteger los intereses de los borgoñones y de los cluniacenses, acuerdo al que los historiadores han venido llamando Pacto Sucesorio.
El Pacto Sucesorio no es un convenio sobre una herencia en vida del causante y con su conformidad. O sea lo que une a todos y cada uno de los historiadores. Hablamos de un archivo que recopila un pacto de vasallaje entre Raimundo de Borgoña, como señor y futuro emperador, y Enrique, como vasallo, para repartirse a la desaparición de Alfonso VI sus reinos y señoríos, apoyados por Hugo de Cluny, familiar de los maquinadores.
Por medio de sus informadores y consejeros, el rey va a tener conocimiento de esta trama y trata de desmontarla. Acuerda el matrimonio de Enrique con la infanta Teresa, hija del rey y Jimena Múñiz, a la que dota con los condados de Portugal y Coímbra. El carácter hereditario de esta donación significa una concesión de funcionalidades que son recortadas de las de Raimundo, que ve de esta manera con limite su poder. Además de esto, en el Concilio de 1100, recuerda la reposición de la sede arzobispal en Braga y prestan juramento de obediencia a su metropolitano los obispos de Ourense y Tuy. Esta reorganización de la Iglesia la ha podido llevar a cabo Alfonso VI con el beneplácito de Roma. Además de esto, el rey resguardaba a sus hijas mientras que castigaba fuertemente a sus yernos.
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