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Miles de individuos se dirigen cada día a su trabajo. Ciertos van a disgusto, como obligados a una labor que no les atrae ni les gusta. A otros les importa únicamente el sueldo que van a recibir y solo eso les da aliento para trabajar. Otros encarnan lo que Hannah Arendt llama el “animal laborans”: el trabajador sin más ni más fin ni horizonte que exactamente el mismo trabajo al que la vida le ha designado y que efectúa por inclinación natural o por práctica. Sobre todos ellos en humanidad está la figura del “homo faber”, el que trabaja con perspectivas mucho más extensas, con el afán de sacar adelante una compañía o un emprendimiento, unas ocasiones intentando encontrar la afirmación personal pero muchas otras con la noble aspiración de ser útil a el resto y de contribuir al avance de la sociedad.
En medio de estos últimos deberían hallarse los cristianos, y no solo primeramente sino más bien en otro nivel. Pues si de verdad son cristianos, no se van a sentir esclavos ni asalariados, sino más bien hijos di Dios para todos los que el trabajo es una vocación y una misión divina que se debe de cumplir por amor y con amor.
El trabajo es “vocación” del hombre, “sitio” para su desarrollo como hijo de Dios, mucho más aún, “materia” de su santificación y de cumplimiento de la misión apostólica. De ahí que el católico no debe de tener miedo el ahínco ni la fatiga, sino debe de abrazarla con alegría: una alegría que tiene sus raíces con apariencia de Cruz.
La última oración es de san Josemaría Escrivá de Balaguer, el santurrón que ha enseñado a “santificar el trabajo”, transformándolo nada menos que en “trabajo de Dios”. En su mensaje se inspiran las páginas de este libro. Explicado de otra forma, se inspiran en el Evangelio, ya que san Josemaría no hizo otra cosa que instruir las expresiones y la vida de Jesús, más que nada los años pasados en Nazaret al lado de José, de quien aprendió a trabajar como artesano, y al lado de María, que le sirvió con su trabajo en la vivienda.
En medio de estos últimos deberían hallarse los cristianos, y no solo primeramente sino más bien en otro nivel. Pues si de verdad son cristianos, no se van a sentir esclavos ni asalariados, sino más bien hijos di Dios para todos los que el trabajo es una vocación y una misión divina que se debe de cumplir por amor y con amor.
El trabajo es “vocación” del hombre, “sitio” para su desarrollo como hijo de Dios, mucho más aún, “materia” de su santificación y de cumplimiento de la misión apostólica. De ahí que el católico no debe de tener miedo el ahínco ni la fatiga, sino debe de abrazarla con alegría: una alegría que tiene sus raíces con apariencia de Cruz.
La última oración es de san Josemaría Escrivá de Balaguer, el santurrón que ha enseñado a “santificar el trabajo”, transformándolo nada menos que en “trabajo de Dios”. En su mensaje se inspiran las páginas de este libro. Explicado de otra forma, se inspiran en el Evangelio, ya que san Josemaría no hizo otra cosa que instruir las expresiones y la vida de Jesús, más que nada los años pasados en Nazaret al lado de José, de quien aprendió a trabajar como artesano, y al lado de María, que le sirvió con su trabajo en la vivienda.
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