Todo oscuro, sin estrellas

4 venganzas. 4 castigos. 4 novelas cortas demasiado espectaculares y de enorme manera impresionantes. No las vas a poder olvidar.

«Creo que hay otro hombre en cada hombre, un extraño...» son expresiones de la confesión que redacta Wilfred Leland James en «1922», el primer relato de este cuarteto hipnotizador y intensamente obscuro. El ser irreconocible que James transporta dentro se lúcida en el momento en que su mujer Arlette le comunica que piensa vender el lote que termina de heredar y que va a moverse a la localidad. Sus expresiones le empujan hacia el homicidio y la disparidad.

En «Camionero grande» Tess, una autora de novelas simpáticas de intriga, está con un hombre enorme en el momento en que regresa a casa por una carretera rural tras ofrecer una charla en un club de lectura. Violada y dejada tras ser dada por fallecida, Tess tiene planeado su venganza y para hacerla deberá sacar de sí un lado completamente irreconocible.

«Una extensión justa», el relato mucho más corto, es el mucho más maligno y el mucho más entretenido. Harry Streeter hace un pacto con el demonio, quien le quitará no únicamente su cáncer mortal, sino más bien asimismo todos y cada uno de los rencores que había sentido en su historia.

Y al final, en «Un óptimo matrimonio» conocemos a Darcy Anderson quien, un día en que su marido está fuera por trabajo, va a buscar pilas al estacionamiento y revela una caja que él tenía allí oculta. Su contenido es tan horrendo como el ser irreconocible que hay en su marido. En un solo momento terminarán contentos años de matrimonio.

La crítica dijo...
«¿Todo obscuro? ¿Sin estrellas? Patraña. Por el hecho de que en estos 4 cuentos hay siempre y en todo momento una luz que alumbra las salpicaduras de sangre.»
ABC

«Todo obscuro, sin estrellas es una compilación de cuentos excepcional, terrorífica, sin piedad. El creador está en el cénit de su poder creativo.»
The Telegraph

«Un libro que te ordena a continuar leyendo. King domina tanto la novela corta como la novela larguísima.»
The New York Times