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Podría determinar la vida como un enorme juego de azar. ¿Quién no tomó una resolución merced a una moneda? Cara o cruz. Pura suerte dando decenas y decenas de vueltas en el aire, logrando que nuestras esperanzas se queden congeladas a lo largo de los segundos que tarda en decidirse todo.
¿Es el destino el que intercede? ¿El karma, quien marca el ganador?
La Sara de antes se hubiera reído ante semejante suposición, lo sabéis. Siempre y en todo momento había considerado que la vida no posee una balanza para equilibrar los catastrofes que suceden, que no se ocupa de compensar las alegrías que te ofrece ni muchísimo menos puede castigar tus fallos. Pero ese fué mi enorme fallo: la he subestimado, creyéndome que podría sostener su justicia bien distanciada de mi burbuja de felicidad.
Y en este momento la justicia llegó, realizando reventar mi burbuja en cientos de pedazos inútiles de recomponerse, tal y como si la vida me hubiera dado una aceptable bofetada para despertar. Y he debido llevarlo a cabo, abrir los ojos y rememorar quién fuí siempre y en todo momento: esa Sara que encerró a todas y cada una de las princesas de los cuentos al lado de sus perdices en una caja del desván.
Segunda una parte de Mis besos no son de alguno. La cruz que hay tras la cara en todas y cada una de las monedas.
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