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MI NOMBRE DE CHARCA... Va a hacer siete u ocho años. El directivo de un periódico donde yo trabajaba me metió ciertos billetes en el bolsillo y me mandó a París. Mis productos de entonces, como los que después escribí desde otras capitales, tenían la intención de estudiar experimentalmente el carácter nacional, pero el único sujeto de experimentación que había en ellos era yo mismo. Yo estoy en mis compilaciones de crónicas extranjeras como una rana que estuviera en un frasco de alcohol. El lector puede verme girar los ojos y estirar o encoger las patas a cada instante. Lo que semejan críticas o comentarios no son mucho más que reacciones contra el ámbito extraño y hostil. Yo he ido a París, y a Londres, y a Berlín, y a Novedosa York con una ingenuidad y una aceptable fe de verdadero batracio. Y si lo que deseaba mi directivo era ver el efecto directo de la civilización europea sobre un español de nuestros días, ahí tiene el resultado: una serie incesante de movimientos absurdos y de reacciones ridículas. Mientras que he estado en el extranjero, yo he tenido un punto de referencia para evaluar los hombres y las cosas: España. Pero esto era únicamente pues yo soy español y no por el hecho de que España me parezca la medida ideal de todos y cada uno de los valores. En este momento, y para charlar de España, me falta este punto de referencia. Por fuerza voy a hacer comparaciones con otros países. Y no solo resultará que España no puede ser un modelo para las otras gentes, sino no sirve solamente para exactamente los mismos españoles. La rana hallará su charca poquísimo confortable. ESPAÑA REENCONTRADA
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