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Un libro que es no solo la biografía de un ciudadano, sino más bien la plasmación de un emprendimiento escencial, de una pelea y de un éxito común que toca reivindicar y proteger con vehemencia.
Ni pena ni temor es una declaración de principios y de pretenciones. Procede de un geoglifo que el poeta chileno Raúl Zurita instaló en el suelo del desierto de Atacama. Charla del pasado y del futuro. Es un lema de resistencia que quiere decir que el temor a las secuelas de nuestros actos no debe inmovilizar nuestras resoluciones futuras, que hay que ser coherente con lo que suponemos y defendemos. Y es el lema que Fernando Grande-Marlaska transporta tatuado en la muñeca, señal de deber con un concepto: que sus experiencias se correspondan con esta filosofía de la vida. Unas expresiones que le acompañan tanto personalmente como en lo profesional.
Esta es una obra infestada de aclaraciones nuevas y medites personales. Grande-Marlaska charla, evidentemente, de su niñez, de su familia, de su llegada a la vida profesional, de de qué forma su trabajo como juez le puso de forma frecuente en contacto con realidades duras que había que solucionar o de qué forma su condición de gay casado le ha obligado a enfrentar dolorosas tesituras que hicieron de él un hombre mucho más duro de lo que hubiese esperado ser… Pero más que nada, influye bastante en el ideario de alguien que en estos instantes de zozobra alza la voz en la defensa de una revolución ética que ponga fin a la corrupción, a la crueldad de género o al castigo animal, por ejemplo causas que protege con mucha pasión. Y todo lo mencionado lo cuenta aquí con honestidad, de manera espontánea pero estable, sin sentir pena ni temor por las resoluciones que tomó durante su historia.
Ni pena ni temor es una declaración de principios y de pretenciones. Procede de un geoglifo que el poeta chileno Raúl Zurita instaló en el suelo del desierto de Atacama. Charla del pasado y del futuro. Es un lema de resistencia que quiere decir que el temor a las secuelas de nuestros actos no debe inmovilizar nuestras resoluciones futuras, que hay que ser coherente con lo que suponemos y defendemos. Y es el lema que Fernando Grande-Marlaska transporta tatuado en la muñeca, señal de deber con un concepto: que sus experiencias se correspondan con esta filosofía de la vida. Unas expresiones que le acompañan tanto personalmente como en lo profesional.
Esta es una obra infestada de aclaraciones nuevas y medites personales. Grande-Marlaska charla, evidentemente, de su niñez, de su familia, de su llegada a la vida profesional, de de qué forma su trabajo como juez le puso de forma frecuente en contacto con realidades duras que había que solucionar o de qué forma su condición de gay casado le ha obligado a enfrentar dolorosas tesituras que hicieron de él un hombre mucho más duro de lo que hubiese esperado ser… Pero más que nada, influye bastante en el ideario de alguien que en estos instantes de zozobra alza la voz en la defensa de una revolución ética que ponga fin a la corrupción, a la crueldad de género o al castigo animal, por ejemplo causas que protege con mucha pasión. Y todo lo mencionado lo cuenta aquí con honestidad, de manera espontánea pero estable, sin sentir pena ni temor por las resoluciones que tomó durante su historia.
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