Máquinas como yo (Panorama de narrativas nº 1010)

McEwan explora la ciencia ficción: ¿puede una máquina llegar a comprender y evaluar la dificultad ética de las resoluciones de un humano?

Londres, años ochenta del pasado siglo. Pero un Londres distópico y alterno, en el que la historia siguió ciertos caminos distintas. Por poner un ejemplo, el Reino Unido ha perdido la Guerra de las Malvinas y el científico Alan Turing no se ha suicidado atormentado por las secuelas del juicio al que fue sometido en los años cincuenta por su homosexualidad, sino prosigue vivo. No solo vivo, en verdad, sino más bien totalmente activo, y que se dedica al avance de la IA (inteligencia artificial), campo en el que consiguió un jalón: la creación de los primeros humanos sintéticos, unos prototipos a los que da el nombre –según su sexo– de Adán y Eva.

Charlie compra entre los Adanes de la primera hornada, concebidos para acompañar y asistir en la vivienda, y con asistencia de su apasionado, la joven Miranda, lo programa a su gusto. Pero Miranda esconde un horrible misterio,

y ese ser sintético prácticamente especial, sin las grietas pero asimismo sin los matices morales de los auténticos humanos, terminará descubriéndolo.

Y de esta forma, la peculiar relación triangular entre Charlie, Miranda y Adán derivará en una creciente tensión que forzará a los individuos a tomar resoluciones bien difíciles y arrastrará al lector a proponerse problemas morales tan incómodos como precisos. Tras deslumbrarnos con esa suerte de revisitación del Hamlet shakespeariano contada por un feto que era Cáscara de nuez,

Ian McEwan encara otra iniciativa atrevida y ambiciosa, donde se sirve de la ciencia ficción para publicar ciertas cuestiones inquietantes: ¿qué es al fin y al cabo lo que nos hace humanos? ¿Dónde se encuentran los límites éticos de la IA (inteligencia artificial)? ¿El objetivo justifica los medios? ¿Puede una máquina llegar a comprender y evaluar la dificultad ética de las resoluciones de un humano?