Maigret en el Picratt’s: (Los casos de Maigret) (Narrativa del Acantilado nº 299)

Absolutamente nadie en la sede de la Policía Judicial da crédito al testimonio de Arlette, bailarina de un local de striptease en Pigalle que asiste a la comisaría a las 4 y media de la madrugada, borracha, asegurando haber oído a un tal Oscar confesar su intención de matar a una condesa. La situacion solo llega a oídos de Maigret en el momento en que, poco tras la inopinada aparición de Arlette en la comisaría, se encuentra su cuerpo sin vida y, horas después, el de una condesa: las dos fueron estranguladas en sus domicilios. Instalado en el club de alterne Picratt's donde trabajaba la bailarina, Maigret mira y también interroga a los individuos nocturnos que pueblan los bajos fondos de París para reconstruir el vínculo que unía a ámbas mujeres estranguladas con el enigmático Oscar, y de esta forma conocer al asesino. Una exclusiva trama vibrante en que Maigret saca a la luz las pasiones humanas mucho más fúnebres.

"A Simenon hay que regresar siempre y en todo momento, más que nada por sus individuos. Hay bastante Balzac en Simenon. Su escritura reluce como una supernova en las especificaciones de la naturaleza, algo frecuentemente molesto en muchas novelas. En él, la combinación de brevedad, imaginación y expresiones justas nos genera auténtico desconcierto. Las novelas de Simenon, con el estilo de Simenon, son de las vivencias literarias mucho más envolventes y alcanzables que imaginarse logre".
Sanz Irles, Málaga El día de hoy

"Maigret es un arquetipo: los inspectores del género nacen a su imagen y semejanza, como los detectives a la de Sherlock Holmes. Pesado, serio, fatalista, tragón y gruñón, Maigret no es un personaje sino más bien un individuo. Sus casos son naturalistas y de manera frecuente sórdidos, pero literariamente irreprimibles: absolutamente nadie menos lumínico que él y no obstante da a luz una manera equívoca de justicia. Los delincuentes desean mentir a la sociedad, la labor de Maigret es desengañarnos si bien jamás nos deje relajados".
Fernando Savater, El País