Las guerras globales del agua: privatización y fracking (Geopolítica y dominación)

Tal como el siglo XX significó la temporada de las “guerras del petróleo/gas” que formaron una parte de los juegos geoestratégicos de las superpotencias, el siglo XXI se orienta a las “guerras globales del agua” que comenzaron en varias zonas del mundo, exultante de agua marítima y, paradójicamente, sediento para la mayor parte de los humanos. Hay 2 abordajes que colisionan: 1) la privatización que ha desequilibrado la armonía popular, al filo de la separación global, a través de las desalmadas cuan inicuas “leyes del mercado” de la bancocracia/plutocracia, y 2) el enfoque humanista que ensalza el bien común de todos y cada uno de los seres vivientes de la biosfera, término (r)evolucionario del geoquímico Vladimir Vernadski. La privatización del agua ha causado estragos por todas partes: desde Bolivia, donde la revuelta de los enajenados indígenas contribuyó al derrocamiento del régimen neoliberal, pasando por Alemania, máxima superpotencia geoeconómica de Europa, país en el que el gobierno fue obligado a ofrecer marcha atrás y reestatizar el agua, hasta México, donde la apestosa ley Korenfeld —que favorece a la compañía estatal Mekorot de Israel, coludidos con un íntimo del presidente Netanyahu— fué puesta en hibernación en su disfuncional Congreso debido al repudio ciudadano. El polémico fracking (fracturación hidráulica) —que emplea gigantes proporciones del líquido escencial, sumado de una centena de arcanas substancias químicas cancerígenas— sirve de bisagra para la doble privatización de los hidrocarburos y el agua, y fué encausado como causal de crecientes sismos. El fracking desprecia el seminal principio bioético —puente entre ciencia y humanismo— primum non nocere (“lo primero es no realizar daño”). El “derecho humano” de legaloide “asequibilidad” del agua solapa su privatización, no soluciona la sed global, sino más bien la mercantiliza con un mínimo caritativo carente de “reglas de origen” biológico. Hay que atreverse a ir alén del primitivo y vulgar “mercado” para propinar un golpe de timón ciudadano y, más que nada, humanista, que transcienda al agua como un “derecho de supervivencia” (survival right) de todos y cada uno de los seres vivientes, sin salvedades ni defraudes, en la novedosa civilización de la biosfera.