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¿Recuerda alguien del conquense Julián Romero de Ibarrola? Nació hace cinco siglos. Fue entre los soldados españoles mucho más conocidos del siglo XVI. Un hombre que, desde su adolescencia, pasó la mayoría de su historia al lado de la desaparición, matando en la pelea y eludiendo ser fallecido. Comentan que vivió con honor y valor hasta el último día. Fue muy apreciado por la mayor parte de quienes lo conocieron, admirado y inquietante por sus hazañas. Pese a graves capítulos como una matanza en Naarden (Holanda) en 1572 o el incendio de la región belga de Amberes en 1576, sobre los que aún se enfrentamiento su nivel de compromiso, es tratado con respeto e inclusive benevolencia por los historiadores, incluyendo los holandeses. Participó descisivamente en las peleas de Pinkie Cleugh, San Quintín, Gravelinas, Malta, Jemmingen, Mons y Mook, por ejemplo, y estuvo bajo el mando del duque de Alba en los hechos de Naarden, Amberes y Bruselas. Con cincuenta y nueve años era cojo, manco, tuerto y sueco de un oído, no había vuelto a pisar tierra de españa desde hacía 12 años, había paseo todo el escalafón militar —desde tamboril a maestre de campo general—, había luchado en todos y cada uno de los frentes de europa, su valor había sido reconocido en persona por Enrique VIII de Inglaterra y por Felipe II. De nuevo, solicitado por don Juan de Austria, reiniciaba el Sendero Español desde Lombardía a Flandes. El 13 de octubre de 1577 cayó fulminado desde su caballo.
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