Eso no estaba en mi libro de Historia de la Ciencia (Divulgación Científica)

La crónica de la ciencia acumula muerte por todos lados, y no, los libros de historia no nos la acostumbran a revelar: científicos con prometedoras carreras truncadas por ensayos errados con resultados mortales, hórridos accidentes, homicidos despreciables, aparte de envenenamientos, ejecuciones de todo tipo, patologías exóticas, sobredosis de substancias estupefacientes, mordeduras de ofidios ponzoñosos, caídas por precipicios, suicidios... Eso no se encontraba en mi libro de Historia de la Ciencia es una crónica negra veraz —con unas gotas de humor en el momento en que resulta necesario—, con los personajes principales de esta especialidad como jamás antes se habían anunciado a los que leen.


«Ha bastado un momento para cortarle la cabeza, pero Francia precisará un siglo a fin de que se muestre otra que se le logre equiparar», afirmaba el matemático francés Joseph-Louis de Lagrange a su compañero Jean-Baptiste J. Delambre tras la ejecución del célebre químico Antoine Lavoisier en la guillotina. Por su lado, Pierre Curie —Premio Nobel de Física en 1903 al lado de su mujer Marie— murió arrollado por un turismo de caballos, a los 46 años, y con bastante trabajo por finalizar. El celebérrimo Arquímedes de Siracusa murió adulto mayor, pero por una muerte poco natural, pasado a espada por un soldado de roma. Karen Wetterhan, especialista en intoxicaciones por metales pesados, murió en 1997 tras presenciar con uno, el mercurio. La lista es interminable.
Varios son los científicos que tuvieron vidas desgraciadas, que han sufrido accidentes, que han sufrido anomalías de la salud casuales, que fueron ejecutados, apuñalados, ahorcados, despeñados, o mordidos por algún bicho mortífero