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Evgenia Ginzburg, maestra de Historia y Literatura en la Facultad de Kazán, madre de 2 hijos y mujer de Pavel Aksonov, integrante del Comité Central Ejecutivo de la URSS, se negaba a opinar, en el mes de febrero de 1937, lo que era visible. Un par de años antes, el homicidio de Kírov había marcado el comienzo de las inquietudes, de las supones y de los problemas. En una palabra, de lo que iban a ser las considerables purgas en el seno del partido bolchevique.
Evgenia precisó un tiempo para comprender hasta dónde estaban prestos a llevar esa disparidad los líderes del aparato ideológico. Pero la verdad se impuso: en el mes de agosto de ese año, tras múltiples meses de encarcelamiento y también interrogatorios extenuantes y atroces, le fue comunicada su condena: diez años de trabajos forzados. Su primer destino fue una enana celda donde pasaría un par de años. Desde entonces, y hasta el cumplimiento total de su condena, Evgenia cuenta una odisea de apetito, frío, patología. No ha podido regresar a Moscú hasta 1955, un par de años tras la desaparición de Stalin. Evgenia Ginzburg murió en 1977 sin llegar a conocer publicadas sus memorias en Rusia, donde siempre y en todo momento circularon de manera furtiva.
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