El olor de las hojas muertas

Un cuervo posado sobre la luna.

Eso es lo que ve Darío en el momento en que, a una semana de cumplir once años, los servicios de noticias de todo el mundo se llenan de imágenes que detallan una extraña sombra cubriendo una parte de su circunferencia. Septiembre está comenzando a alfombrar la localidad con un mantón de hojas fallecidas y, mientras que él trata de imaginar una causa para similar hecho, el planeta vive pegado a la televisión. Pero lo que tienen que ver no está después de las pantallas, sino más bien después de los cristales de las ventanas. 
Hasta entonces, no lejísimos de allí, un hombre lo contempla todo con una sonrisa de satisfacción. Por el hecho de que cree entender qué pasa. Pues todo está escrito en un libro que le ha ofuscado desde su juventud. Siempre y en todo momento supo que todo cuanto contaba era cierto, y en este momento que el planeta semeja culpado, el nombre de su creador pasó a ser el de su Dios especial.
"Converses El día de hoy Fort lo sabía —dicen—. La cuenta atrás comenzó".

Darío va a deber confrontar al temor y la soledad en el momento en que el silencio se coma su historia, en el momento en que la lluvia se lleve consigo todo cuanto fue y deje únicamente a un niño con un chubasquero amarillo y una mochila a la espalda en las calles de La capital española.
Unas calles que próximamente se teñirán de colorado.