El medallón de la luna

«Nuevamente, otro período, otro año... y todo proseguía igual en Revandar.

Bueno, no precisamente igual.»

Revandar transporta años invariable. Un pueblito relajado de gentes distendidas, sin sobresaltos. Hace bastante que la magia y las intrigas han desaparecido. Las gentes de la aldea viven tiempos contentos en los verdes prados y suaves lomas del valle que es su hogar.

Para Belania, su planeta es cautivador... si bien se dificulta conforme medra. Cada vez tiene mucho más responsabilidades en la granja de sus progenitores y el menor tiempo para aferrarse a los juegos de niñez y a sus amigos de siempre y en todo momento. Lo único que continúa igual es su amistad con los jóvenes del pueblo, más que nada con su mejor amiga, Aleanna. Y no obstante, en el momento en que esta se va a la localidad, dejándola solo con un colgante de recuerdo, su planeta se tambalea.

Y Conrado está ahí para estabilizarla, con sus ojos afables y sus manos firmes, sus expresiones cálidas y su sonrisa, que provoca que el corazón le revolotee en el pecho. Hasta el momento en que a lo largo de ese plenilunio ese colgante se alumbra.

Un corazón dividido. Una amistad inexorable... y la luz de una amatista.