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El duende-beso. Juan Valera
Fragmento de la obra
I
Notabilísimo huésped había llegado al convento de Capuchinos de la villa, allí por los años de 1672. Popular era el huésped en todas y cada una partes por la agudeza de su talento, por el profundo comprender que había conseguido y por las proyectos científicas en que le divulgaba. Baste decir, y está todo dicho, que el huésped era el reverendísimo padre fray Antonio de Fuente la Peña, ex- provincial de la Orden.
Tras comer con increíble apetito y de reposar una aceptable siesta, para descansar de las fatigas del viaje, fray Antonio recibió en su celda al padre guardián, fray Domingo, y charló en solitario con él sobre el esencial tema que le había impulsado a proceder a aquella santa casa.
—Sé por popularidad —le ha dicho— el extraño caso de mi señora doña Eulalia, hija única del ilustre caballero don César del Robledal. Y considerado bien y ponderado todo, me atrevo a mantener que la joven no está posesa ni obsesa.
—Vuestra reverencia me debe de perdonar si le contradigo. No veo prueba en oposición a la posesión o de la obsesión de la joven. Si bien me esté mal el decirlo, conocido es que, a Dios gracias, ejercito bastante imperio sobre los espíritus malvados, y que he expulsado a no pocos de los cuerpos que torturaban. Si los que torturan a la joven doña Eulalia no me obedecen, no es por el hecho de que no estén en ella o en torno de ella, sino más bien por el hecho de que son muy ladinos y marrajos. Si están en ella, se ocultan, se recatan y se parapetan de semejante suerte, que se hacen suecos a mis conjuros
Fragmento de la obra
I
Notabilísimo huésped había llegado al convento de Capuchinos de la villa, allí por los años de 1672. Popular era el huésped en todas y cada una partes por la agudeza de su talento, por el profundo comprender que había conseguido y por las proyectos científicas en que le divulgaba. Baste decir, y está todo dicho, que el huésped era el reverendísimo padre fray Antonio de Fuente la Peña, ex- provincial de la Orden.
Tras comer con increíble apetito y de reposar una aceptable siesta, para descansar de las fatigas del viaje, fray Antonio recibió en su celda al padre guardián, fray Domingo, y charló en solitario con él sobre el esencial tema que le había impulsado a proceder a aquella santa casa.
—Sé por popularidad —le ha dicho— el extraño caso de mi señora doña Eulalia, hija única del ilustre caballero don César del Robledal. Y considerado bien y ponderado todo, me atrevo a mantener que la joven no está posesa ni obsesa.
—Vuestra reverencia me debe de perdonar si le contradigo. No veo prueba en oposición a la posesión o de la obsesión de la joven. Si bien me esté mal el decirlo, conocido es que, a Dios gracias, ejercito bastante imperio sobre los espíritus malvados, y que he expulsado a no pocos de los cuerpos que torturaban. Si los que torturan a la joven doña Eulalia no me obedecen, no es por el hecho de que no estén en ella o en torno de ella, sino más bien por el hecho de que son muy ladinos y marrajos. Si están en ella, se ocultan, se recatan y se parapetan de semejante suerte, que se hacen suecos a mis conjuros
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