El cuento de Dione

Nos transportamos en la unidad setenta y nueve del bloque octavo de nuestro periplo espacial. Astrid se desliza con suavidad, impulsada por la brisa incesante de la inercia. Solamente dispongo de un margen de 4 horas para elegir si altero el trazado y freno antes de lo planificado para poder ver qué sorpresa oculta la llamada de socorro.

El intelecto de la nave recomienda la oportunidad de un beneficio. He consultado el tema con el señor Yexe, nuestro especial cliente, y no puso quejas. Me semeja un hombre con los pies en el suelo, mucho más complaciente que el resto de mi tripulación.

El ingeniero Sven arguye que la maniobra consumirá nuestras reservas de comburente. En lo que se refiere a Tólik, el guardaespaldas que contraté en el espaciopuerto de Vogt, no está presto a perder una semana aburriéndose en mi cascarón, salvo que le deje echar unos cuantos polvos conmigo…

“El cuento de Dione” nos da un sendero a la eternidad