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"Las medidas que fuerzan y limitan los movimientos de los ciudadanos son las próximas.
- Solo se va a poder salir a las vías públicas por causa de extrema necesidad, y el tiempo a mantenerse en exactamente las mismas va a ser el rigurosamente preciso para efectuar nuestra tarea profesional, o para conseguir víveres.
- Se restringe el tránsito de personas, las que continuarán recluídas en sus viviendas y, si deben efectuar alguna labor inusual en el exterior, lo van a hacer a la menor distancia viable de su vivienda.
- Como tareas inusuales se comprende: asistir al médico o a la farmacia, conocer personas impedidas, comprar artículos de primera necesidad.
- Toda clase de negocio va a estar cerrado mientras que dure este Estado de Salvedad, salvo los próximos: tiendas de nutrición, servicios médicos básicos, farmacias y estaciones de servicio o centros de repostaje.
- Se prohíbe cualquier acto público, asamblea de personas o contacto físico. Únicamente se va a poder salir a las vías públicas de manera individual.
- Cualquier género de transporte va a deber tener autorización concreta para circular, correctamente razonada. Las fuerzas del orden van a poder denegar rutas y también evitar desplazamientos".
Las autoridades de mi país afirmaban y aseguraban tajantemente que aquí no iba a llegar. Que a nosotros no nos iba a perjudicar lo ocurrido en otras unas partes del planeta. Que nuestro sistema sanitario era fuerte, y que se tomarían las medidas correctas para eludir el contagio. Asimismo afirmaban que no habría desabastecimiento, y no obstante las colas frente a las tiendas de nutrición son cada días un poco más largas.
Ninguno de nosotros nos aguardábamos este panorama apocalíptico, pero henos aquí, metidos en él.
Todo comenzó en Asia, pero la pandemia salió propagando velozmente por el resto de todo el mundo. Se afirmaba que era un nuevo y irreconocible agente patógeno, que atacaba las vías respiratorias y te ahogaba hasta matarte entre conmociones. Los países del lejano oriente fueron los primeros en presenciar sus secuelas, pero próximamente pasó al resto de continentes: Europa, Asia, África... En un planeta globalizado, con conexiones cotidianas por avión a enormes distancias, la epidemia salió extendiendo y superó fronteras mucho más velozmente que la reacción de los gobiernos. Mientras que los líderes de los países solicitaban tranquilidad, el agente infeccioso ahora se extendía entre la población.
Se le llamaba "agente infeccioso NH-b50", pero la multitud prefería llamarlo "nibe". Bueno, ese nombre se lo pusieron ciertos tailandeses, pues alguien, aparentemente, había asegurado que ocasionaba alucinaciones. Entonces se verificó que no era de esta manera, pero el término continuó como una forma informal y fácil de llamarlo.
Todos aguardaban con ansias una vacuna para el "nibe", pero mientras que eso pasaba, los fallecidos se contaban por centenares de miles.
De este modo, mientras que científicos por todo el planeta entablaban una carrera contra reloj para buscar la cura, la doctora Kymber Swath llevaba a cabo su especial guerra para socorrer la vida del único ser que le importaba: la de su hija, víctima al nacer de la pandemia. Y para llevarlo a cabo, no habría barrera, ética o ética, que no estuviese preparada para saltar.
- Solo se va a poder salir a las vías públicas por causa de extrema necesidad, y el tiempo a mantenerse en exactamente las mismas va a ser el rigurosamente preciso para efectuar nuestra tarea profesional, o para conseguir víveres.
- Se restringe el tránsito de personas, las que continuarán recluídas en sus viviendas y, si deben efectuar alguna labor inusual en el exterior, lo van a hacer a la menor distancia viable de su vivienda.
- Como tareas inusuales se comprende: asistir al médico o a la farmacia, conocer personas impedidas, comprar artículos de primera necesidad.
- Toda clase de negocio va a estar cerrado mientras que dure este Estado de Salvedad, salvo los próximos: tiendas de nutrición, servicios médicos básicos, farmacias y estaciones de servicio o centros de repostaje.
- Se prohíbe cualquier acto público, asamblea de personas o contacto físico. Únicamente se va a poder salir a las vías públicas de manera individual.
- Cualquier género de transporte va a deber tener autorización concreta para circular, correctamente razonada. Las fuerzas del orden van a poder denegar rutas y también evitar desplazamientos".
Las autoridades de mi país afirmaban y aseguraban tajantemente que aquí no iba a llegar. Que a nosotros no nos iba a perjudicar lo ocurrido en otras unas partes del planeta. Que nuestro sistema sanitario era fuerte, y que se tomarían las medidas correctas para eludir el contagio. Asimismo afirmaban que no habría desabastecimiento, y no obstante las colas frente a las tiendas de nutrición son cada días un poco más largas.
Ninguno de nosotros nos aguardábamos este panorama apocalíptico, pero henos aquí, metidos en él.
Todo comenzó en Asia, pero la pandemia salió propagando velozmente por el resto de todo el mundo. Se afirmaba que era un nuevo y irreconocible agente patógeno, que atacaba las vías respiratorias y te ahogaba hasta matarte entre conmociones. Los países del lejano oriente fueron los primeros en presenciar sus secuelas, pero próximamente pasó al resto de continentes: Europa, Asia, África... En un planeta globalizado, con conexiones cotidianas por avión a enormes distancias, la epidemia salió extendiendo y superó fronteras mucho más velozmente que la reacción de los gobiernos. Mientras que los líderes de los países solicitaban tranquilidad, el agente infeccioso ahora se extendía entre la población.
Se le llamaba "agente infeccioso NH-b50", pero la multitud prefería llamarlo "nibe". Bueno, ese nombre se lo pusieron ciertos tailandeses, pues alguien, aparentemente, había asegurado que ocasionaba alucinaciones. Entonces se verificó que no era de esta manera, pero el término continuó como una forma informal y fácil de llamarlo.
Todos aguardaban con ansias una vacuna para el "nibe", pero mientras que eso pasaba, los fallecidos se contaban por centenares de miles.
De este modo, mientras que científicos por todo el planeta entablaban una carrera contra reloj para buscar la cura, la doctora Kymber Swath llevaba a cabo su especial guerra para socorrer la vida del único ser que le importaba: la de su hija, víctima al nacer de la pandemia. Y para llevarlo a cabo, no habría barrera, ética o ética, que no estuviese preparada para saltar.
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