El azar y la venganza

El verano llega enardecido al pueblo de Mora: la localidad cambia su fisonomía, se llena de turistas, las plazas hoteleras y los sitios de comidas se ven excedidos, y el lago Siljan se puebla de personas en traje de baño.

Como todo cuanto es cíclico, el verano vuelve con la fuerza de lo popular y lo inesperado al unísono. Por esa fuerza se siente alcanzada Greta Lindberg en el momento en que revela que Stephan Bringholm, su viejo novio, está de vacaciones en Mora. Las cosas entre Stephan y Greta –de sobra está decirlo– no acabaron de la mejor forma, lo que precipitó que ella dejase la localidad de Söderhamn, donde los dos radicaban. Es, entonces, una sensación amarga –como una moneda que cae del lado al que no le apostamos para decirnos que el azar está en nuestra contra– la que recorre a Greta al comprender que Stephan, al lado de su de hoy pareja, Elin Rosenberg y ciertos amigos están alojados en el complejo Paradis, a riberas del lago.

Un asesinato, el de Elin Rosenberg, exactamente, levanta la temperatura ahora caldeada del pueblo. Las supones recaen sobre la confusa vida sentimental de Stephan Bringholm, sobre sus reacciones violentas, sobre el acoso al que ha sometido a Greta.

El azar y la venganza, con una Greta Lindberg que cada vez encarna mejor el personaje del detective listo pero con determinada ingenuidad, con pasión pero frío al unísono, cuenta el exacto momento en que la moneda escoge de qué lado caer, y todo cambia de cuajo.