Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo (Narrativas hispánicas nº 668)

Un libro perspicaz sobre el fastidio de envejecer y la aceptación de la desaparición, pero asimismo una celebración de los bienestares de la vida.

Oscar Tusquets se encontraba escribiendo un libro «sobre el pelmazo de envejecer y la aceptación de fallecer» en el momento en que reventó la pandemia y, claro, no ha podido soportar la tentación de integrar ahí ciertas de sus medites, siempre y en todo momento sagaces y políticamente incorrectas, sobre la obsesión por prohibir de los gobiernos, sobre el atentado estético de las máscaras, contra las teorías conspirativas de quienes afirman que el virus se creó en un laboratorio o contra los apocalípticos y buenistas alegatos ecologistas.

Tras llegar a la conclusión de que de la pandemia vamos a salir mucho más tontos, volvemos al tema del libro, un «panfleto estricto pero desenfadado de un superviviente» a puntito de cumplir los ochenta. Un superviviente que se arroja a un ágil paseo autobiográfico al son de «recuerdo de...»–como en el I remember de Joe Brainard y el Je me souviens de Perec– y por ahí asoma desde una Barcelona ahora desaparecida hasta el primer acercamiento con Dalí, con Amanda Lear de fondo, pasando por un temprano viaje a Italia lleno de peripecias o por evocaciones del mundillo de los arquitectos barceloneses.

Prosiguen agudas y no en todos los casos cómodas medites sobre el envejecimiento, sobre sus renuncias (los sentidos que van fallando, el rechazar del sexo, los amigos que se marchan...) y el preciso estudiar a fallecer, con cavilaciones sobre la eutanasia o el macabro negocio del cáncer en las clínicas privadas estadounidense.

No obstante, como no podía ser de otra forma en un vitalista nato como Tusquets, el libro acaba con una celebración de la vida: «Mientras que nos quede algo de tiempo y un mínimo de salud no renunciemos al exitación de charlar con un sabio, a la hermosura de personas y proyectos, a risas con amigos, a acariciar un perro, a la sombra de una pérgola emparrada, a un sorbo de Chateau d’Yquem, una lonja de Joselito, un melocotón de viña... a caminar Nuestro Mar a candela.»