El diamante de Moonfleet: Prólogo de Arturo Pérez-Reverte (Zenda Aventuras nº 1)

Elogiada en la refulgente construcción de sus individuos por Conrad, de ella ha dicho R. L. Stevenson: "Moonfleet es la novela que siempre y en todo momento deseé redactar, pero lo único que pude realizar fue La isla del tesoro".
Un siglo después, Georges Remi (Hergé) reconocería el paralelismo de sus conocidos individuos Tintín y Haddock con los personajes principales de Moonfleet: John Trenchard, jóven sediento de aventuras, y su compañero Elzevir, el viejo lobo de mar, contrabandista y bebedor de ron.
La furia del deseo de vivir del joven jóven en frente de la inocencia de verse continuado en él por la parte del viejo marino trazan fuertes líneas maestras en esta historia de acción donde no falta ningún elemento para saciar el apetito de aventuras: un espectro, una pista redactada en el medallón de un cadáver, un tesoro oculto, un contrabandista bebedor, un joven soñador, una hermosura seductora, un asesinato, una escapada, un traidor, una venganza, un naufragio, un regreso. Y el mar como paisaje engañoso, añorado, despiadado, que acuna la narración con la ineludible armonía de la enorme literatura tradicional. Pero lo que transforma El Diamante de Moonfleet en una pieza maestra universal es algo considerablemente más bien difícil de hallar: su creador, Meade Falkner, deseando contar la aventura de unos hombres, acabó creando una narración acerca de el hombre.