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Las cartas que los progenitores jamás han recibido ni van a recibir son cartas inusuales pues son las únicas escritas para no ser mandadas a sus receptores, ni leídas por ellos. Son cartas en las que personas que han necesitado una psicoterapia comentan a sus progenitores por qué razón la han necesitado. De qué forma se cuajó todo en su conjunto original, la familia que ellos crearon.
Qué déficits y faltas vivieron, y las secuelas que esto tuvo en su avance. Comentan de qué manera han logrado comprender lo que pasó, que no fueron víctimas de verdugos, sino más bien de otras víctimas. Que han comprendido que los progenitores hicieron lo que lograron, y que si no lograron llevar a cabo mucho más o mejor, fue por carecer de salud sicológica, por sufrimientos incorrectos y también injustos que ellos vivieron en las primeras etapas de su historia: faltas que concluyeron las que ellos tenían que trasmitir indudablemente a sus hijos.
Estas cartas no tienen la posibilidad de ni han de ser leídas por los progenitores, por el hecho de que lo vivirían como una acusación que sería formidablemente injusta, en tanto que son inocentes de los daños sufridos por el hijo en su desarrollo, de sus déficits y faltas. Su lectura no podría ser asimilada, y podría ocasionar un quebranto esencial en su salud tanto psíquica (depresión grave) como física. Pero leídas a su gerente simbólico, el terapeuta, tienen un colosal valor y concepto, reparador y restaurador de un equilibrio de adentro que había sido dificultosamente dañado.
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