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Acercamiento con el hombre mucho más arriesgado y inquietante de El Salvador.
En 1999 un joven de diecisiete años llamado Gustavo Adolfo Parada Morales, el Directo, fue acusado de cometer diecisiete homicidos como líder de entre las clicas noventeras mucho más activas y peligrosas de la Mara Salvatrucha: la Pana Di Locos. De él se escribió que era el hombre mucho más arriesgado y inquietante de El Salvador, el monstruo, el enemigo público número uno. Se escapó poco tras ser culpado. Lo recapturaron. La Mara Salvatrucha lo sentenció a muerte. Se rehabilitó. Recobró la independencia. Se casó. Regresó a la prisión. Crio 2 hijos. Volvió a matar. Fue ejecutado.
A lo largo de siete años, el periodista Roberto Valencia entrevistó a cincuenta de personas que lo conocieron de cerca (familiares, víctimas, policías, jueces, curas, psicólogos, mareros...), averiguó en expedientes y ficheros oficiales, y pasó 4 tardes con el Directo en Zacatraz, la prisión de seguridad máxima de Zacatecoluca. Con esta información, Valencia teje una meticulosa lona de araña que conecta —sin atajos ni tentaciones exculpatorias— la crueldad de las maras con la última historia social y política de El Salvador. Un relato obsesivo y desasosegante. Sin escapatoria.
Se dan cuenta el relato de un periodista que ha estudiado de forma profunda el Directo y su ambiente, y ofrece una lona que conecta la crueldad de las maras con la última historia social y política de El Salvador.
FRAGMENTO
¿Por qué razón Costa Rica?
En 1999, la localidad chilena de Viña del Mar acogió la VII Charla Sudamericana de Comunidades Terapéuticas. Al acontecimiento fueron, cada uno de ellos por su parte y en calidad de practicantes, el terapeuta costarricense Juan Orlando Víquez, y el sacerdote católico guatemalteco radicado en El Salvador Jaime Enrique González Bran. Se conocieron, se cayeron bien, compartieron proyectos y sueños. Cada uno de ellos se entusiasmó con el entusiasmo del otro. Tiempo después, el terapeuta Víquez viajó a El Salvador a saber la red social terapéutica de Camino de Independencia, un emprendimiento que el padre González Bran había predeterminado con mucho más intención que entendimientos.
La visita acabó de apuntalar la cooperación entre los dos. Desde entonces, el terapeuta Víquez se dedicó, según sus expresiones, a «vender a los jueces el modelo de comunidades terapéuticas» a fin de que comenzaran a marchar en los centros de inferiores. En 2001 consiguieron los primeros desenlaces: 2 expandilleros salvadoreños —un dieciochero y un emeese— fueron mandados al centro de El Alfarero, en Costa Rica, la red social para drogodependientes donde el terapeuta Víquez trabajaba. Se encontraba situada en San Rafael de Heredia, un agradable concejo a unos veinte minutos en carro de la ciudad más importante, San José.
La jueza Bertha fue entre las magistradas mucho más receptivas a la campaña. Un traslado a Costa Rica, pensó, podría ser una aceptable solución para Gustavo. Pero había un pero evidente: no tenía un inconveniente de drogodependencia que justificara internarlo entre drogodependientes.
ACERCA DEL AUTOR
Roberto Valencia nació en Euskadi en 1976, pero radica en El Salvador desde 2001. Forma una parte del equipo «Salón Negra» del periódico digital El Faro, un emprendimiento de cobertura de la crueldad en Centroamérica, experto en el fenómeno de las maras. Ganó, entre otros muchos reconocimientos, el Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación 2013 y el Premio Excelencia Periodística 2015 de la SIP en la categoría «Crónica». Es creador y coautor de múltiples libros, entre aquéllos que resaltan Crónicas negras. Desde una zona que no cuenta, (Aguilar, San Salvador, 2013), Charlan de monseñor Romero (Fundación Monseñor Romero, San Salvador, 2011) y Jonathan no posee tatuajes (CCPVJ, San Salvador, 2010).
En 1999 un joven de diecisiete años llamado Gustavo Adolfo Parada Morales, el Directo, fue acusado de cometer diecisiete homicidos como líder de entre las clicas noventeras mucho más activas y peligrosas de la Mara Salvatrucha: la Pana Di Locos. De él se escribió que era el hombre mucho más arriesgado y inquietante de El Salvador, el monstruo, el enemigo público número uno. Se escapó poco tras ser culpado. Lo recapturaron. La Mara Salvatrucha lo sentenció a muerte. Se rehabilitó. Recobró la independencia. Se casó. Regresó a la prisión. Crio 2 hijos. Volvió a matar. Fue ejecutado.
A lo largo de siete años, el periodista Roberto Valencia entrevistó a cincuenta de personas que lo conocieron de cerca (familiares, víctimas, policías, jueces, curas, psicólogos, mareros...), averiguó en expedientes y ficheros oficiales, y pasó 4 tardes con el Directo en Zacatraz, la prisión de seguridad máxima de Zacatecoluca. Con esta información, Valencia teje una meticulosa lona de araña que conecta —sin atajos ni tentaciones exculpatorias— la crueldad de las maras con la última historia social y política de El Salvador. Un relato obsesivo y desasosegante. Sin escapatoria.
Se dan cuenta el relato de un periodista que ha estudiado de forma profunda el Directo y su ambiente, y ofrece una lona que conecta la crueldad de las maras con la última historia social y política de El Salvador.
FRAGMENTO
¿Por qué razón Costa Rica?
En 1999, la localidad chilena de Viña del Mar acogió la VII Charla Sudamericana de Comunidades Terapéuticas. Al acontecimiento fueron, cada uno de ellos por su parte y en calidad de practicantes, el terapeuta costarricense Juan Orlando Víquez, y el sacerdote católico guatemalteco radicado en El Salvador Jaime Enrique González Bran. Se conocieron, se cayeron bien, compartieron proyectos y sueños. Cada uno de ellos se entusiasmó con el entusiasmo del otro. Tiempo después, el terapeuta Víquez viajó a El Salvador a saber la red social terapéutica de Camino de Independencia, un emprendimiento que el padre González Bran había predeterminado con mucho más intención que entendimientos.
La visita acabó de apuntalar la cooperación entre los dos. Desde entonces, el terapeuta Víquez se dedicó, según sus expresiones, a «vender a los jueces el modelo de comunidades terapéuticas» a fin de que comenzaran a marchar en los centros de inferiores. En 2001 consiguieron los primeros desenlaces: 2 expandilleros salvadoreños —un dieciochero y un emeese— fueron mandados al centro de El Alfarero, en Costa Rica, la red social para drogodependientes donde el terapeuta Víquez trabajaba. Se encontraba situada en San Rafael de Heredia, un agradable concejo a unos veinte minutos en carro de la ciudad más importante, San José.
La jueza Bertha fue entre las magistradas mucho más receptivas a la campaña. Un traslado a Costa Rica, pensó, podría ser una aceptable solución para Gustavo. Pero había un pero evidente: no tenía un inconveniente de drogodependencia que justificara internarlo entre drogodependientes.
ACERCA DEL AUTOR
Roberto Valencia nació en Euskadi en 1976, pero radica en El Salvador desde 2001. Forma una parte del equipo «Salón Negra» del periódico digital El Faro, un emprendimiento de cobertura de la crueldad en Centroamérica, experto en el fenómeno de las maras. Ganó, entre otros muchos reconocimientos, el Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación 2013 y el Premio Excelencia Periodística 2015 de la SIP en la categoría «Crónica». Es creador y coautor de múltiples libros, entre aquéllos que resaltan Crónicas negras. Desde una zona que no cuenta, (Aguilar, San Salvador, 2013), Charlan de monseñor Romero (Fundación Monseñor Romero, San Salvador, 2011) y Jonathan no posee tatuajes (CCPVJ, San Salvador, 2010).
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