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Anunciado en 1865, "Cape Cod" representa al mejor Thoreau. El hombre que quiere conocer los sitios donde el resto afirman que no existe nada que ver. Apartados de todo el mundo civilizado. Deseando sentir melancolia hasta con lo que no ha vivido. Por eso el libro empieze con un naufragio, del que se describen los restos que llegan a la orilla, sin inmiscuirse en lo obsceno.
Y sí, naufragio... Esa es la palabra. Con naufragio se sintetiza todo cuanto "Cape Cod" significa: su aroma, los deseos frustrados, la lentitud de cada paso, el viento y la desdicha del viento, la historia de historia legendaria si cabe calificar como historia de historia legendaria las pequeñas historias, los hechos que diríase que sucedieron en la zona dejada de Cape Cod. Dejada por lo civilizado. De esta manera es este libro en el que Henry David Thoreau todavía es exactamente el mismo Thoreau de siempre y en todo momento. El de los minúsculos hechos en que se nucléa la esencia del cosmos. Pues todo existe para ser de nuevo la huella que uno deja en el sendero. Esa es la manera de viajar de Thoreau: el viaje caminando, el caminar, la excursión pateando. Y absolutamente nadie se piensa una excursión caminando por un espacio civilizado. Caminar es caminar al aire libre. Y desde múltiples de esos paseos, dándoles continuidad, tal y como si se tratara de un único acto, Thoreau se acerca a la zona de Cape Cod. A un trozo de mapa en la costa. Pero no es la orilla lo que mucho más le resulta interesante, ni tampoco el mar. Si bien no reniega de ellos y sabe que forman parte indispensable de la vida natural de la región, y en relación puede se distancia un tanto para ver lo que pertenece a los otros, él se nucléa en la costa. O sea, mucho más hacia el interior. En donde puede liberar a ese naturalista que es, en una temporada donde todavía no había nacido la biología y ser naturalista era cometer múltiples fallos de interpretación. Pero ver bastante.
Y sí, naufragio... Esa es la palabra. Con naufragio se sintetiza todo cuanto "Cape Cod" significa: su aroma, los deseos frustrados, la lentitud de cada paso, el viento y la desdicha del viento, la historia de historia legendaria si cabe calificar como historia de historia legendaria las pequeñas historias, los hechos que diríase que sucedieron en la zona dejada de Cape Cod. Dejada por lo civilizado. De esta manera es este libro en el que Henry David Thoreau todavía es exactamente el mismo Thoreau de siempre y en todo momento. El de los minúsculos hechos en que se nucléa la esencia del cosmos. Pues todo existe para ser de nuevo la huella que uno deja en el sendero. Esa es la manera de viajar de Thoreau: el viaje caminando, el caminar, la excursión pateando. Y absolutamente nadie se piensa una excursión caminando por un espacio civilizado. Caminar es caminar al aire libre. Y desde múltiples de esos paseos, dándoles continuidad, tal y como si se tratara de un único acto, Thoreau se acerca a la zona de Cape Cod. A un trozo de mapa en la costa. Pero no es la orilla lo que mucho más le resulta interesante, ni tampoco el mar. Si bien no reniega de ellos y sabe que forman parte indispensable de la vida natural de la región, y en relación puede se distancia un tanto para ver lo que pertenece a los otros, él se nucléa en la costa. O sea, mucho más hacia el interior. En donde puede liberar a ese naturalista que es, en una temporada donde todavía no había nacido la biología y ser naturalista era cometer múltiples fallos de interpretación. Pero ver bastante.
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