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Querer, para un católico, es querer como amó Cristo. La Iglesia, intentando encontrar un modelo para imitar, ha fi jado su atención en María, la Virgen Madre. Encontró en ella un sendero, un caso de muestra, un modo de vida que resultaba atrayente y mucho más simple de entender. Son millones los hombres y mujeres de todas y cada una de las temporadas de la historia que llegaron a Jesús por medio de María. La imitación de María, el proseguirle a ella como modelo de vida cristiana, está justifi cada en consecuencia no solo por la secular tradición de la Iglesia y por dado que millones de cristianos han alcanzado la santidad poniendo sus pies en las huellas de la Virgen, sino más bien por la mucho más elemental lógica, por el mucho más básico los pies en el suelo. La imitación de María es un genuino sendero católico, un difícilmente mejorable sendero de perfección. María, la primera fiel, la primera acólita, coge todo aprecio dirigido a ella y lo pone a los pies de su divino Hijo. A todo el que que llama a su puerta intentando encontrar un acompañamiento y un consejo, le coge con su dulce mano de Madre y le acompaña a presencia de Cristo para ir juntos tras Él, imitándole a Él. Me sugiero en este libro prestar unas pautas para vivir una espiritualidad mariana, una espiritualidad de la imitación de María. Una imitación que nos conduzca a Jesús. Un rastreo de la Madre que nos lleve siempre y en todo momento a querer mucho más, a saber mejor al Hijo. Cristo es el punto fi nal, el término del viaje. Ella, la dulce Madre, es la compañera de sendero, la que nos enseña, como absolutamente nadie puede llevarlo a cabo, a recorrer el camino que lleva a su Hijo, a Dios.
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