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Hay tres cosas de las que Ada Royceston está segura:
Que Crispin Horsfall es un hombre bueno.
Que, tras la vuelta de su largo viaje por el Conjunto de naciones, Crispin esconde un misterio o…, bueno, quizás 2. Es posible que aun tres.
Y que, si se comete un nuevo delito en Wettingham, su madre lo forzará a investigar, si bien ¿de qué manera podría regresar a ocurrir similar barbarie?
El verano llega a su fin y los vecinos esperan pendientes la inauguración de la mansión conseguida por los Bloodworth, unos recién llegados que han provocado prácticamente tanta sensación como la aparición de la prima donna, Julia Angelluti, una conocida artista de ópera que, según las malas lenguas, eligió Wettingham para ocultarse de los ímpetus románticos del fogoso Mussolini.
Tras un par de meses de sepa, Crispin aguanta la amargura que le hace la vuelta a la normalidad.
A la visible normalidad, por el hecho de que…
Mientras que merodea por el pueblo, afligido por un malentendido del que Jonathan Swift, el detestable cartero, fué testigo y con el que podría echar por tierra su honorabilidad, Crispin revela que, a lo largo de su sepa, el cariño semeja haber invadido Wettingham y atrapado a ciertos de sus mucho más esquivos críticos. Entre ellos a Ada Royceston, que se pasea por el pueblo cogida del brazo de un enigmático caballero cuya identidad no consigue saber, mientras que semeja haber ocupado su rincón al lado de Eccleston en el estudio de la historiografía mortuoria de la parroquia, donde el espectro de un hombre fallecido en un par de ocasiones porta la cabeza de un decapitado.
Con esta novedosa distribución de Crispin Horsfall, Ana Bolox regresa a disfrutar con el cozy mucho más cautivador, aliñado con tintes costumbristas, diálogos chispeantes y el característico toque de humor del que no prescinde no en el momento en que pone a su personaje principal frente a un nuevo delito que Crispin va a haber de solucionar, mientras que atiende las adversidades en que su historia se ve inmersa a cuenta de unos y otros, más que nada de su madre.
Que Crispin Horsfall es un hombre bueno.
Que, tras la vuelta de su largo viaje por el Conjunto de naciones, Crispin esconde un misterio o…, bueno, quizás 2. Es posible que aun tres.
Y que, si se comete un nuevo delito en Wettingham, su madre lo forzará a investigar, si bien ¿de qué manera podría regresar a ocurrir similar barbarie?
El verano llega a su fin y los vecinos esperan pendientes la inauguración de la mansión conseguida por los Bloodworth, unos recién llegados que han provocado prácticamente tanta sensación como la aparición de la prima donna, Julia Angelluti, una conocida artista de ópera que, según las malas lenguas, eligió Wettingham para ocultarse de los ímpetus románticos del fogoso Mussolini.
Tras un par de meses de sepa, Crispin aguanta la amargura que le hace la vuelta a la normalidad.
A la visible normalidad, por el hecho de que…
Mientras que merodea por el pueblo, afligido por un malentendido del que Jonathan Swift, el detestable cartero, fué testigo y con el que podría echar por tierra su honorabilidad, Crispin revela que, a lo largo de su sepa, el cariño semeja haber invadido Wettingham y atrapado a ciertos de sus mucho más esquivos críticos. Entre ellos a Ada Royceston, que se pasea por el pueblo cogida del brazo de un enigmático caballero cuya identidad no consigue saber, mientras que semeja haber ocupado su rincón al lado de Eccleston en el estudio de la historiografía mortuoria de la parroquia, donde el espectro de un hombre fallecido en un par de ocasiones porta la cabeza de un decapitado.
Con esta novedosa distribución de Crispin Horsfall, Ana Bolox regresa a disfrutar con el cozy mucho más cautivador, aliñado con tintes costumbristas, diálogos chispeantes y el característico toque de humor del que no prescinde no en el momento en que pone a su personaje principal frente a un nuevo delito que Crispin va a haber de solucionar, mientras que atiende las adversidades en que su historia se ve inmersa a cuenta de unos y otros, más que nada de su madre.
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