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Una línea de confrontación atraviesa la política moderna en el planeta -y, por supuesto, asimismo en la Argentina-. Es el problema sobre la evolución de las democracias tradicionales.
Las democracias tradicionales penetraron al lado de la modernidad en tiempos del surgimiento de las considerables revoluciones de las ideas desde el siglo XVII. Sus principios escenciales fueron la guía para la construcción de las instituciones políticas que llevaron a institucionalizar sus bases ideales que aún rigen.
División de poderes, periodicidad de los cargos públicos, independencia de prensa, independencia de la justicia, independencia personal, intangibilidad de la propiedad, derecho penal positivo, fueron entre otros muchos los emergentes de un fuerte soporte intelectual: la soberanía del pueblo.
Esas democracias fueron perfeccionándose al lado de la creciente complejización de las sociedades. No obstante el día de hoy la dificultad de las sociedades modernas superó sus habituales resortes funcionales. Sus construcciones no alcanzan para contener el portentoso surgimiento y vínculo de actores, competencias, retos y riesgos que se combaten en la vida diaria.
Dada esta insuficiencia brotan 2 caminos probables, transformados en problema. Uno ofrece emprender la labor de investigar, proyectar y sugerir los cambios que integren las novedosas realidades, entendiendo que esa gigantesca pluralidad -que nada señala que no prosiga medrando- cuente con institutos correctos que las contengan. Una sociedad complicada que no busque retroceder la historia necesita una democracia asimismo poco a poco más complicada. Sus personajes principales tienen que dar las distintas visiones y el mecanismo institucional de relojería va a deber hallar las respuestas para cada inconveniente que enfrente el devenir popular.
El otro ofrece polarizar la convivencia y dar de comer la polarización, a fin de mantener en ella las luchas por el poder reduciéndolas a 2 polos: ellos o nosotros. La activa política se restringe de esta forma a una guerra persistente cuya consecuencia es la desaparición de espacios de trueque de información y diálogos, que se sustituyen por “campos de guerra” civiles -y en ocasiones, violentos-, en los que la relación entre los dos solo se interpreta en clave de combate. Es un espacio fácil y banal, por el hecho de que no acepta los matices y es incompatible con la convivencia en paz. Solo puede mantenerse con la crueldad verbal, política y a veces hasta física.
Esos 2 caminos son los que explora esta obra. Democracia complicada o populismo banal. El problema que la Argentina -como numerosos países de todo el mundo- sostiene irresuelto.
Las democracias tradicionales penetraron al lado de la modernidad en tiempos del surgimiento de las considerables revoluciones de las ideas desde el siglo XVII. Sus principios escenciales fueron la guía para la construcción de las instituciones políticas que llevaron a institucionalizar sus bases ideales que aún rigen.
División de poderes, periodicidad de los cargos públicos, independencia de prensa, independencia de la justicia, independencia personal, intangibilidad de la propiedad, derecho penal positivo, fueron entre otros muchos los emergentes de un fuerte soporte intelectual: la soberanía del pueblo.
Esas democracias fueron perfeccionándose al lado de la creciente complejización de las sociedades. No obstante el día de hoy la dificultad de las sociedades modernas superó sus habituales resortes funcionales. Sus construcciones no alcanzan para contener el portentoso surgimiento y vínculo de actores, competencias, retos y riesgos que se combaten en la vida diaria.
Dada esta insuficiencia brotan 2 caminos probables, transformados en problema. Uno ofrece emprender la labor de investigar, proyectar y sugerir los cambios que integren las novedosas realidades, entendiendo que esa gigantesca pluralidad -que nada señala que no prosiga medrando- cuente con institutos correctos que las contengan. Una sociedad complicada que no busque retroceder la historia necesita una democracia asimismo poco a poco más complicada. Sus personajes principales tienen que dar las distintas visiones y el mecanismo institucional de relojería va a deber hallar las respuestas para cada inconveniente que enfrente el devenir popular.
El otro ofrece polarizar la convivencia y dar de comer la polarización, a fin de mantener en ella las luchas por el poder reduciéndolas a 2 polos: ellos o nosotros. La activa política se restringe de esta forma a una guerra persistente cuya consecuencia es la desaparición de espacios de trueque de información y diálogos, que se sustituyen por “campos de guerra” civiles -y en ocasiones, violentos-, en los que la relación entre los dos solo se interpreta en clave de combate. Es un espacio fácil y banal, por el hecho de que no acepta los matices y es incompatible con la convivencia en paz. Solo puede mantenerse con la crueldad verbal, política y a veces hasta física.
Esos 2 caminos son los que explora esta obra. Democracia complicada o populismo banal. El problema que la Argentina -como numerosos países de todo el mundo- sostiene irresuelto.
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