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La Rusia poscomunista y el especial régimen del presidente Putin, su nacionalismo, su crítico desdén y desconfianza hacia Occidente y su cínico escepticismo hacia los valores reclamados como «occidentales», tal como el notable consenso que todo ello tiene en la sociedad rusa, no se entienden sin atender a los años noventa, a la manera y las causas que llevaron a la autodisolución de la URSS por sus líderes, y al aspecto central que esa década imprimió en la conciencia popular y nacional de los rusos: la degradación.
Aquel periodo de tiempo no solo supuso una enorme y traumática depresión para millones de rusos, sino ofreció asimismo el medioambiente perfecto para la reconversión popular de una casta administrativa en clase dueña. Una vez efectuada esa vital operación, en las elites rusas se propuso nuevamente la cuestión del Estado: recobrar su maltrecha función y establecer nuevamente su prestigio, tanto dentro como fuera del país.
Vladimir Putin, que, si concluye su de hoy orden, va a haber gobernado Rusia tanto tiempo como Stalin o Brezhnev, fue el responsable de esa restauración por el hecho de que reunía tres especificaciones ideales: era un individuo «de orden» leal y obediente, no corrupta, con sentido de Estado y, al tiempo, desengañado de las ideologías del viejo régimen soviético y desmarcado de cualquier tentación de poner en cuestión la turbia privatización que terminó con la nivelación soviética y transformó a Rusia en una sociedad de enormes desigualdades.
Pero todos estos espectaculares vaivenes de la Rusia entre 2 siglos se introducen asimismo sobre un entramado histórico preciso, una huella secular que enseña no escasas inercias y regresos al régimen autocrático clásico en Rusia desde su fundación como Estado.
Este libro aborda todos esos puntos y es, de alguna manera, un epílogo y un regreso a la enorme crónica que el creador efectuó hace quince años sobre el objetivo de la URSS y el nacimiento de la Rusia poscomunista, La Enorme Transición (Rusia 1985-2002), que Manuel Vázquez Montalbán consideró la mejor síntesis de aquel turbulento intérvalo de tiempo.
Aquel periodo de tiempo no solo supuso una enorme y traumática depresión para millones de rusos, sino ofreció asimismo el medioambiente perfecto para la reconversión popular de una casta administrativa en clase dueña. Una vez efectuada esa vital operación, en las elites rusas se propuso nuevamente la cuestión del Estado: recobrar su maltrecha función y establecer nuevamente su prestigio, tanto dentro como fuera del país.
Vladimir Putin, que, si concluye su de hoy orden, va a haber gobernado Rusia tanto tiempo como Stalin o Brezhnev, fue el responsable de esa restauración por el hecho de que reunía tres especificaciones ideales: era un individuo «de orden» leal y obediente, no corrupta, con sentido de Estado y, al tiempo, desengañado de las ideologías del viejo régimen soviético y desmarcado de cualquier tentación de poner en cuestión la turbia privatización que terminó con la nivelación soviética y transformó a Rusia en una sociedad de enormes desigualdades.
Pero todos estos espectaculares vaivenes de la Rusia entre 2 siglos se introducen asimismo sobre un entramado histórico preciso, una huella secular que enseña no escasas inercias y regresos al régimen autocrático clásico en Rusia desde su fundación como Estado.
Este libro aborda todos esos puntos y es, de alguna manera, un epílogo y un regreso a la enorme crónica que el creador efectuó hace quince años sobre el objetivo de la URSS y el nacimiento de la Rusia poscomunista, La Enorme Transición (Rusia 1985-2002), que Manuel Vázquez Montalbán consideró la mejor síntesis de aquel turbulento intérvalo de tiempo.
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