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Tras la I Guerra Mundial y al centro de fuertes tensiones políticas, Berlín se transforma en un foco de imaginación y transgresión
El Berlín de entreguerras fue un hervidero artístico. Y su epicentro se ubicaba en el Romanisches Café. No es extraño que las visitas guiadas de la temporada se detuviesen a sus puertas y lo calificaran como «el olimpo de las artes inútiles, la sede de la bohemia berlinesa». Los visitantes podían hallarse, con aproximadamente continuidad, a individuos capitales en la civilización del siglo XX.De Stefan Zweig a Marlene Dietrich, de Albert Einstein a Sylvia von Harden, de Billy Wilder a Carola Neher, de Otto Dix a Else Lasker-Schüler, de Bertolt Brecht a Käthe Kollwitz, de Josep Pla a Egon Erwin Kisch.
Con una documentación minuciosa y esmeradamente trenzada, este libro recrea el ámbito del café y nos sirve precisos esbozos de las vidas de sus mucho más consagrados clientes del servicio, todas y cada una ellas atravesadas por los intensos problemas que sacudieron la primera mitad del siglo XX, como la Primera Guerra Mundial o el apogeo del fascismo. Se entiende que los nazis como Goebbels, escritor fallido, otorgara a este café características simbólicas y lo situaran en su tenebroso punto de atención. Este libro es, en último caso, un testimonio sobre de qué manera la civilización puede transformarse en un contrapeso frente a los impulsos mucho más salvajes que anidan en el hombre.
Una investigación emocionante y realmente bien documentado sobre la explosión de libertades en el Berlín de entreguerras.
EXTRACTO
En el café solo hay un cliente. Está sentado a un velador de mármol, con el leño inclinado hacia adelante, en una posición que destaca su joroba. Tiene la tez atezada, los ojos achinados, la nariz aguileña y la mandíbula fuerte. De la gorra raída se le escapa un mechón aceitoso. Los brazos son largos y las manos huesudas. En la izquierda mantiene un lapicero mordisqueado con el que dibuja en el margen de un periódico. Trabaja absorto. Se escucha el rasgueo en el papel y el tintineo de las tazas que enjuaga el camarero. El dibujo va consiguiendo forma de rostro humano: ojos enormes de mirada bromista, mejillas repletas y pelo revuelto. Se comienza a distinguir asimismo el contorno de los labios. Son voluminosos y sustanciosos.
LO QUE DICE LA CRÍTICA
[El libro] recrea el ámbito de una temporada irreproducible de antros y tugururios por los que llegaron a desfilar lo mismo Stefan Zweig que Albert Einstein, Billy Wilder que Otto Dix, Marlene Dietrich que Josep Pla. - Alberto Moyano, El Períodico Vasco
SOBRE EL AUTOR
Francisco Uzcanga Meinecke (1966) estudió Filología Germánica y Románica en la Facultad de Tubinga y se doctoró en Filosofía y Letras en la Facultad de Constanza. Ha enseñado en distintas universidades de europa y hoy en día dirige los departamentos de Español y Estudios Culturales en el Centro de Lenguajes y Filología de la Facultad de Ulm, a riberas del Danubio. La mayoría de sus publicaciones se enfoca en el campo académico, si bien en los últimos tiempos, algo fatigado de las notas caminando de página, se dedica más que nada a la traducción y edición de libros de articulismo literario, entre ellos, la antología de El Censor, el jornal insignia de los reformistas ilustrados, la antología de tradicionales del periodismo alemán, La eternidad de un día, y últimamente, una selección de productos y documentales de Egon Erwin Kisch, Nada es mucho más asombroso que la realidad. Aficiones aproximadamente confesables: el fútbol —de la Real desde la cuna—, las regatas de traineras, bregar en la huerta y, por contraste, patear asfalto.
El Berlín de entreguerras fue un hervidero artístico. Y su epicentro se ubicaba en el Romanisches Café. No es extraño que las visitas guiadas de la temporada se detuviesen a sus puertas y lo calificaran como «el olimpo de las artes inútiles, la sede de la bohemia berlinesa». Los visitantes podían hallarse, con aproximadamente continuidad, a individuos capitales en la civilización del siglo XX.De Stefan Zweig a Marlene Dietrich, de Albert Einstein a Sylvia von Harden, de Billy Wilder a Carola Neher, de Otto Dix a Else Lasker-Schüler, de Bertolt Brecht a Käthe Kollwitz, de Josep Pla a Egon Erwin Kisch.
Con una documentación minuciosa y esmeradamente trenzada, este libro recrea el ámbito del café y nos sirve precisos esbozos de las vidas de sus mucho más consagrados clientes del servicio, todas y cada una ellas atravesadas por los intensos problemas que sacudieron la primera mitad del siglo XX, como la Primera Guerra Mundial o el apogeo del fascismo. Se entiende que los nazis como Goebbels, escritor fallido, otorgara a este café características simbólicas y lo situaran en su tenebroso punto de atención. Este libro es, en último caso, un testimonio sobre de qué manera la civilización puede transformarse en un contrapeso frente a los impulsos mucho más salvajes que anidan en el hombre.
Una investigación emocionante y realmente bien documentado sobre la explosión de libertades en el Berlín de entreguerras.
EXTRACTO
En el café solo hay un cliente. Está sentado a un velador de mármol, con el leño inclinado hacia adelante, en una posición que destaca su joroba. Tiene la tez atezada, los ojos achinados, la nariz aguileña y la mandíbula fuerte. De la gorra raída se le escapa un mechón aceitoso. Los brazos son largos y las manos huesudas. En la izquierda mantiene un lapicero mordisqueado con el que dibuja en el margen de un periódico. Trabaja absorto. Se escucha el rasgueo en el papel y el tintineo de las tazas que enjuaga el camarero. El dibujo va consiguiendo forma de rostro humano: ojos enormes de mirada bromista, mejillas repletas y pelo revuelto. Se comienza a distinguir asimismo el contorno de los labios. Son voluminosos y sustanciosos.
LO QUE DICE LA CRÍTICA
[El libro] recrea el ámbito de una temporada irreproducible de antros y tugururios por los que llegaron a desfilar lo mismo Stefan Zweig que Albert Einstein, Billy Wilder que Otto Dix, Marlene Dietrich que Josep Pla. - Alberto Moyano, El Períodico Vasco
SOBRE EL AUTOR
Francisco Uzcanga Meinecke (1966) estudió Filología Germánica y Románica en la Facultad de Tubinga y se doctoró en Filosofía y Letras en la Facultad de Constanza. Ha enseñado en distintas universidades de europa y hoy en día dirige los departamentos de Español y Estudios Culturales en el Centro de Lenguajes y Filología de la Facultad de Ulm, a riberas del Danubio. La mayoría de sus publicaciones se enfoca en el campo académico, si bien en los últimos tiempos, algo fatigado de las notas caminando de página, se dedica más que nada a la traducción y edición de libros de articulismo literario, entre ellos, la antología de El Censor, el jornal insignia de los reformistas ilustrados, la antología de tradicionales del periodismo alemán, La eternidad de un día, y últimamente, una selección de productos y documentales de Egon Erwin Kisch, Nada es mucho más asombroso que la realidad. Aficiones aproximadamente confesables: el fútbol —de la Real desde la cuna—, las regatas de traineras, bregar en la huerta y, por contraste, patear asfalto.
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